lunes, 19 de enero de 2009

Ladrido Nº3: Qué vida más perra...

Antes de continuar con mi historia, es importante para mí aclarar algo. Yo soy un perro de carácter positivo – o por lo menos, así me considero yo – y no me gusta ir de víctima por el mundo. Sin embargo, es cierto que mi llegada a este mundo extraño y fantástico fue algo difícil y las circunstancias más bien tristes. Yo quiero a Taiwán y me siento orgulloso de ser un perro Taiwanés. Es más, a pesar de que un alma cruel nos tiró a mí y a mis hermanos a la basura nada más nacer, con el tiempo descubriría que yo no soy un perro callejero cualquiera, sin raza ni denominación.

Soy un “Perro de Formosa” o “Perro de Taiwán” – en chino conocido como 台湾土狗. Ésta es una raza de perro indígena de la isla, bastante buscada, única y cotizada, por lo que cuentan. Los perros de mi raza han servido, durante muchas y muchas generaciones, de compañía y de ayudantes de caza a las diferentes tribus aborígenes que pueblan la isla. Estas tribus, personas afines a la naturaleza, vivían (y muchas de ellas aún viven) en las montañas, en unísono y harmonía con el entorno. De hecho, la cultura de estas gentes se caracteriza por un gran respeto a los animales y a la naturaleza. Muchos, muchísimos perros como yo han vivido con estas familias aborígenes, bajo el mismo techo, acogidos, cobijados y queridos por sus dueños. Incluso en mi pueblo natal, Wulai, hay un estatua del jefe de la tribu Atayal acompañado de su "perro de Formosa", y se parece mucho a mí!

La paz de estas tribus y de la isla se vio perturbada cuando llegaron los japoneses, y después los chinos. Ya veis que yo no soy nada más que un perro. No entiendo de historia, ni los líos en los que siempre os metéis los humanos, siempre peleando unos con otros. Sólo sé que en Taiwán tuvieron lugar muchas invasiones, guerras, luchas, cambios… y con estos cambios, mucha modernización e industrialización. Taiwán creció y cambió como nación y, bueno, con los cambios, los animales, sea de compañía o salvajes, quedamos relegados a un segundo, o más bien tercer plano.

Yo nací en una época mala y peligrosa para los perros de Taiwán. La cultura de Taiwán era una mezcla extraña de lo oriental y de lo occidental. Las tradiciones chinas más antiguas, observadas con religiosidad, se mezclaban con las modas y estilos de vida de occidente. Era una sociedad de contrastes, que mutaba constantemente. Además, era una sociedad que se había enriquecido mucho y muy de prisa. Los Taiwaneses eran ricos y, como a todo humano hijo de vecino, les gustaba gastar, consumir y vivir bien.

Supongo que os preguntáis qué tiene todo esto que ver con nosotros los perros. Bueno, vereis… la costumbre de tener perros en casa como animales de compañía es más bien “occidental”. Las familias taiwanesas de esa época, no nos consideraban como a un animal que puedes tener en casa, compartiendo techo con el resto de la familia. Vaya, que en general, a la gente no les hacían mucha gracia ni les gustaba tener perros. Pero claro, en los países occidentales tener perro es una cosa normal – los taiwaneses lo veían mucho en las películas, o en las series de televisión. Y muchos taiwaneses, cada vez más, se educaban o emigraban al extranjero, sobre todo a los Estados Unidos, donde es común ver a familias con perros, paseándolos por las calles o sentados a los pies del amo en el salón de casa.

Pues aquí teníamos una clara situación donde las culturas chocaban, o más bien se mezclaban, pero en este caso de la manera equivocada. Los Taiwaneses empezaron a comprar perros. En los “mercadillos nocturnos”, mercadillos de calle muy populares en Taiwán, se empezaban a ver más y más vendedores de animales de compañía, perros sobretodo. Los Taiwaneses querían ser modernos y occidentales, y al ver a esos cachorritos tan monos en las cajitas de cartón en los mercadillos, se les caía la baba, pagaban el fajo de Dólares Taiwaneses que se les pedía y se llevaban los perritos – de raza, eso sí – a casa. La cosa de la raza era importante, ya que en Taiwán hay un concepto muy importante al que se le llama “mianzi” (面子) o “cara”. “Tener cara” en el concepto chino o taiwanés, no es lo mismo que tener cara en España. En Taiwán, “tener cara” significa “dar buena imagen”, “quedar bien”, “mostrar nivel económico o social”, “cumplir con las normas sociales”… vamos, que si “pierdes cara” o “no tienes cara” en Taiwán, estás perdido, porque has hecho algo que realmente no deberías y has quedado fatal.

Tener perros era una moda, y se “tenía más cara” si se tenía un perro de raza, cuanto más raro (y más caro), mejor. Es el mismo concepto que el que tenéis con los coches: creo que a vuestros ojos, no es lo mismo llevar un Seat Ibiza que un Mercedes!

En fin… que muchas familias acabaron con perros, pero sin idea alguna de lo que conlleva tener un perro. Y creo que este problema no es único de Taiwán… Si nos lleváis a casa, nos tenéis que alimentar, vacunar, cuidar cuando nos ponemos enfermos, enseñarnos a no hacernos las necesidades por la casa (recordad que en el mundo animal, el lavabo no existe!), pasear (necesitamos caminar y correr y hacer ejercicio), lavar… y lo más importante, nos tenéis que querer.

Muchos humanos no entienden esto, y en el caso de los Taiwanseses, no los culpo del todo. Tener perros era algo totalmente nuevo, no era algo que les habían enseñado y no era parte de su cultura. Compraban perritos como si compraran muñequitos de peluche. A la que los muñequitos empezaban a crecer y a hacerse pipí y caca en sus pequeñísimos pero impecables apartamentos, ya no eran tan monos, ya no era tan divertido tenerlos. Los muñequitos de peluche se convertían en un estorbo que molestaba y ensuciaba.

Y ahí empezaban los desastres y las tristes historias. Muchas familias abandonaban a sus perros, y los dejaban por las calles, sin más ni más. Otras se los quedaban, pero los tenían enjaulados todo el día, en el balcón de casa, o en la calle a la entrada de las tiendas, o de los bloques de pisos. Sí, enjaulados todo el día, en jaulas tan pequeñas que los pobres perritos apenas tenían espacio para moverse, o ponerse de pie, día tras día, muertos de pena.

Los perros abandonados sobrevivían como podían. Muchos de ellos acababan atropellados por los coches o las motos de las grandes ciudades. Los perros callejeros se convirtieron en un gran problema en Taipei y otras ciudades de Taiwán. Cada vez habían más, y nadie se ocupaba de ellos. El concepto de las sociedades protectoras de animales, como os imagináis, no existía tampoco. Los perros callejeros formaban parte del escenario de la vida en Taipei – la gente los miraba con repugnancia, los apartaban de la calle a patadas. Traían enfermedades y suciedad. Nadie los quería.

El problema se tenía que solucionar, y el gobierno puso en marcha un plan masivo para sacar a estos perros de las calles. Sí que lo lograron, y a medida que pasaban los meses, las calles de Taipei y de toda Taiwán se fueron vaciando de perros callejeros. Pero los que sufrimos fuimos nosotros. Bueno, por gran suerte mía, yo no pasé el sufrimiento que muchos de mis compañeros perros pasaron en manos de las perreras. Cientos y cientos de perros eran cazados de las calles de manera salvaje a diario por toda la isla, usando unos cables para agarrarlos por el cuello. Y de ahí los llevaban a las “perreras”, donde los sacrificaban – pobrecitos, nadie los quería – usando métodos tan crueles y horribles que no me atrevo ni a explicarlos. Tan crueles eran los métodos que las acciones de Taiwán con sus perros llamaron la atención de organizaciones de protección de animales internacionales, y se lanzaron campañas masivas para poner fin a tal crueldad.

Y por qué os cuento esto?

Creo que es importante que entendáis la situación de aquellos momentos para nosotros, los perros, en Taiwán. Abandonarnos como cachorritos en la basura es un acto cruel, pero era muy común en esa época. Incluso hoy en día escucho historias de los miles de perros que son abandonados en España durante el verano, cuando sus dueños se van de vacaciones y no saben qué hacer con ellos… los humanos sois una especie algo extraña y desagradecida. Bueno, no todos… por suerte, algunos de vosotros tenéis sentido de la compasión y un gran corazón. Como por ejemplo Lara y Mark, mis salvadores, los que nos encontraron en la basura, nos llevaron a su casa y dieron a estos perros de Wulai una segunda oportunidad en esta gran aventura que es la vida.

1 comentario:

  1. Me gusta tu historia, Gaby, me pasaré a menudo para ver cómo llegaste a Barcelona.

    Conchi

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