domingo, 22 de noviembre de 2009

Ladrido Nº7: Terror a los Veterinarios


Ya desde muy pequeñito desarrollé un pánico enfermizo a los veterinarios, un pánico que hoy en día, a los casi 14 años de edad, aún me azota.

Este pánico, yo creo, es comprensible. Al día o dos de rescatarme, Susana me llevó a mi primer "médico de cabecera", un veterinario taiwanés, pero educado en los Estados Unidos, con un inglés impecable, y que acababa de abrir su pequeña clínica en la esquina de las Calles Roosevelt y Shihda en Taipei.

Ya al entrar en esa diminuta clínica, en los brazos de Susana, el olor del lugar me resultó desagradable. Ese sitio no me hacía ni pizca de gracia. Encima el veterinario, al verme, no se quedó del todo impresionado y dejó ir una mueca que, sin querer sonar como un paranoico, me pareció una mezcla de desprecio y asco. Yo lo que realmente quería era irme a casa.

Pero no nos fuimos a casa. El veterinario de las muecas me colocó encima de una de esas mesas metálicas tan frías y resbaladizas que tienen todos los veterinarios, me examinó con cierta desgana, me pinchó (uy! no me gustó nada eso de que me pincharan) y, dirigiéndose a Susana, me dió por imposible.

Sí, lectores de mis ladridos, lo habéis leído bien: el médico al que me llevó Susana con la intención de que me curara de esa enfermedad de la piel tan horrorosa que tenía, no tuvo nada mejor que diagnosticar que darme por imposible, en otras palabras, darme por muerto.

"Pero cómo, pero si es un cachorro... y apenas lo ha mirado!" - le preguntó incrédula Susana al veterinario.

"Es una enfermedad muy mala la que tiene, y está en muy malas condiciones. Te saldrá muy caro curarlo, y lo tendrás que traer a la clínica cada día." - dijo el veterinario muy friamente.

"Bueno, pero para eso he venido, para curarlo"

"No te puedo prometer que sobreviva... quizás sea más fácil sacrificarlo"

"Oiga, más fácil para quién? Desde luego que para el perro, ésa no es la opción más fácil, y desde luego que para mí tampoco. Parece que no le apetezca hacer su trabajo!"

"No, si yo sólo digo que..."

"No me diga nada más... si me sale caro, me sale caro. Pero no se habla más de sacrificar a nadie, me oye? Lo traeré cada día como usted me ha recomendado. Usted le da las medicinas que necesite, y ya me encargo yo del resto. Pero a ver si nos mostramos más positivos a partir de ahora, eh?"

"En fin, lo intentaremos. Como tú quieras. Ah, y por cierto, llévate esta jaula a casa, y lo tienes en ella encerrado" - dijo el veterinario mientras bajaba una jaula poco más grande que yo de una estantería.

"Cómo? Que meta al perro en una jaula, como si fuera un pobre periquito?"

"Sí, es mejor, ya que podría ser contagioso..."

"Madre mía... vamos bien... bueno, hasta mañana" - dijo Susana, mientras salió de la clínica conmigo bajo un brazo y la jaula bajo el otro.

Así empezó mi pánico a los veterinarios, con esa visita surrealista y algo desesperanzadora. A esa primera consulta le siguieron semanas y semanas de visitas a mi querido "médico de cabecera", con revisiones, pastillas, inyecciones, comidas especiales... no recuerdo esos días con mucho cariño, pero a pesar del negro pronóstico de mi médico, sobreviví y me curé!

En cuanto a la jaula... Susana pasó por completo de ella. Bueno, no del todo. La metió en un rinconcito acogedor del piso, le puso una manta dentro y otra por encima, y dejó la puerta abierta para que yo la usara de "cunita". Almenos se puede decir que, en mis meses de cachorrito, tuve una cunita de lo más original....


martes, 10 de noviembre de 2009

Ladrido Nº6: la Realidad de los Humanos

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Yo agrupo a todos los humanos en dos categorías, bueno, en tres: 1) los humanos a los que les gustan los perros; 2) los humanos a los que no les gustan nada los perros; y 3) los humanos que creen que les gustan los perros, pero en realidad, no les gustan nada...

A ver, como perro (y como a persona, me imagino), a ninguno de nosotros nos gusta que nos abandonen, y si encima, naces con una enfermedad de la piel que te convierte en el cachorrito más feo y apestoso del mundo, pues la verdad que uno pierde la seguridad en sí mismo con bastante facilidad. También tenemos nuestras inseguridades, sabéis?

En fin... ya os expliqué que, cuando Susana me recogió, aquel frío Enero de 1996, yo, con esa enfermedad con la que había nacido, más que un perro parecía un cerdito, con toda la piel rosada al aire, y algún que otro mechoncito de pelo negro aquí y allí. Y además, con la peste que hacía, me imagino que no era agradable tenerme cerca... la verdad es que era desagradable incluso para mí!

Susana me llevó a su piso, un pequeño piso en un bloque bastante viejo en un callejón tranquilo de Taipei, cerca de Shi-Da (la "Taiwan Normal University"). Por aquel entonces, Susana compartía piso con Giles - el inglés divertido y ligón con el que había estudiado en Inglaterra y del que ya os hablé en algún ladrido anterior; Jonathan - un americano típicamente californiano, estudiante de chino y con bastantes humos, vaya, de esos que se creen que Estados Unidos son el centro del universo; y Carol - una inglesa amiga de los años universitarios de Susana en Inglaterra, y de hecho, la que le dio la idea a Susana de irse a vivir a Taiwán.

Tenía el aspecto típico de un piso de estudiantes, o de gente que se acaba de licenciar y aún están en esa etapa atascada entre la vida de "joven" y la vida de "adulto". Era un piso viejo, de alquiler, bastante desordenado, algo sucio, de muebles de mercadillo taiwanés cutres, acogedor pero bastante básico. Por él pasaban a menudo personas de todo tipo, desde los ligues de una noche de Giles y Jonathan, hasta estudiantes que venían a hacer clases particulares de inglés o español, o grupos de amigos de todos los colores y nacionalidades que venían a tomar algo, a cenar, o a echar una partidita de cartas o mah-jong con los chicos.

Había un buen ambiente... se respiraba juventud y positivismo.

Pero yo soy un perro, y por entonces, era un perro feo y maloliente. Susana y Giles me quisieron y me mimaron, me alimentaban, me bañaban, me llevaban al veterinario para curarme de mi enfermedad, me enseñaron a no mearme ni cagarme en la casa y esperar a que me sacaran a pasear.

Jonathan y Carol, para sorpresa de Susana, no me querían. Me insultaban y a veces me apartaban de la mesa a patadas. Cuando, por ser cachorro, me hacía pipí en casa (sin mala intención, eh?), me pegaban. Me llamaban "maldito perro apestoso" y cosas peores. Se enfadaban con Susana y Giles por haberme traído a la casa.

Y muchos de los amigos que venían a menudo a la casa, dejaron de venir. Algunos de ellos se inventaban excusas, otros simplemente decían que "les daba asco ese perro".

Fueron días y meses difíciles para mí, y para mi "amita" Susana, también para Giles. El rechazo de muchos nos dolía, y a ellos dos les sorprendía.

Éste fue el momento cuando empecé a categorizar a los humanos: los que les gustan los perros, los que no les gustan y los que se creen que les gustan, pero a la hora de la verdad, los rechazan a patadas.

Para Susana, éste también fue el momento en que categorizó a los amigos: los amigos de verdad y los que, a la que ven tormenta, desaparecen.

domingo, 8 de febrero de 2009

Ladrido Nº5: Scabby Gaby

Giles la acompañó a casa de Lara y Mark en un taxi. Giles era uno de los tres compañeros de piso de Susana, un chico británico, con el que estudió Chino en la Universidad de Leeds. Giles había llegado a Taiwán después de Susana, hacía poco más de un mes, y se había adaptado rápidamente al país. Como los demás en el piso, daba clases de inglés en un par de academias. El resto del tiempo lo disfrutaba al máximo como la mayoría de los jóvenes expatriados de la ciudad: saliendo todas las noches a beber con los amigos por los “pubs” de Taipei, y enamorándose una y otra vez de las jovencitas taiwanesas. Giles era un juerguista por naturaleza, siempre divirtiéndose y de buen humor. No tenía un pelo de maldad en su cuerpo, era un buen amigo y tenía un gran corazón.

Susana le explicó a Giles que Lara nos había encontrado en la basura y le dijo que si quería acompañarla a vernos a los seis cachorritos. Giles, encantado, dijo que sí… además que él era también buen amigo de Mark y Lara.

La verdad es que Susana no iba con la idea fija de adoptar a uno de nosotros, pero por lo menos, quería vernos ya que Lara le había insistido muchísimo. Susana, en cierta manera, sabía que se metía en la “boca del lobo”, que le sería difícil resistir la tentación de llevarse a uno de nosotros a casa ya que le encantaban los perros - siempre había querido uno, desde pequeñita… además que sus primeros meses en Taiwán habían sido bastante difíciles y, en el fondo, se sentía algo sola.

Los oí llegar a casa… saludos, besos, risas. Para entonces ya llevábamos días en casa de Lara y Mark, y ya nos habíamos acostumbrado a nuestra cunita en el cuarto trastero. Ya no teníamos frío ni hambre, pero no parábamos de gemir, para llamar la atención. Bueno, la verdad es que mis hermanos no paraban de gemir… yo era bastante callado. La puerta se abrió, y ahí estaba Susana, mirándonos fijamente. Giles, Mark y Lara estaban detrás de ella. Saltamos todos fuera de la cuna, corriendo y meneando la cola, y gimoteando aún más. Todos queríamos saludar y oler a los visitantes nuevos. Mis hermanos, como siempre, se me adelantaron. Yo llegué el último. Nos cogieron, abrazaron, acariciaron y jugaron con nosotros. Nosotros seis no nos queríamos despegar ni un solo minuto de ellos, no queríamos volver al cuarto trastero de ninguna de las maneras… aquél era un paraíso de caricias y cariño. Un sueño del que no queríamos despertar.

En medio del caos perruno, Susana me miraba, con los ojos bien abiertos y fijos en mí, mientras me acariciaba. En aquel momento yo no entendía nada, sólo sentía el cariño de sus manos. Ahora que soy mayor, y cuando pienso en aquel día, entiendo que en ese preciso instante por su cabeza debían de barajarse mil dudas, mil preguntas.  Estaba bien claro que Susana se había fijado en mí, de entre los seis cachorros. Supongo que le llamaba la atención el hecho que yo era el único perro negro de los seis, todos los demás eran de color rubito, como los labradores. Además que era muy callado y muy tímido, todos mis hermanos querían jugar menos yo, yo simplemente me apretaba en silencio contra ella, con mi cabeza escondida debajo de su brazo. Además, no se puede decir que yo estaba en muy buenas condiciones. Así como mis hermanos estaban gorditos y tenían un pelo reluciente, yo estaba más bien esmirriado y apenas tenía pelo. Parecía más bien un cerdito que un perro, ya que tenía más piel a la vista que no pelo y además hacía muy mala olor. Sufría de una enfermedad de la piel, que hacía que se me cayera el pelo y me salieran llagas en la piel. Como me picaban y me rascaba mucho tenía el cuerpo cubierto de costras y un aspecto más bien grotesco y enfermizo.

Susana sabía que nadie me adoptaría en esas condiciones, que la mayoría de la gente sentiría más bien repulsión por mí y que además tendrían miedo de que mi enfermedad fuera infecciosa o contagiosa. Sabía que mis hermanos tenían muchas más posibilidades de encontrar familias que los acogiesen, pero yo… Además tenía un carácter muy diferenciado de mis hermanos, con mi timidez y mi actitud introvertida, incluso asustadiza. Desde luego, era completamente diferente a los otros cinco, en todos los sentidos. Supongo que a los ojos de Susana, todas esas diferencias me hacían único y especial.

En el taxi de vuelta a la ciudad de Taipei, me acurrucaba en la manta con que me cubría Susana. Estaba algo asustado ya que nunca me había subido a un coche, pero al mismo tiempo, nunca me había sentido tan seguro en lo poco que llevaba de vida.

“Cómo lo vas a llamar, Susana?”

“No tengo ni idea… se te ocurre alguno? Tú eres mucho más ingenioso!”

“A ver, déjame pensar…” – dijo Giles en voz baja – “mira, como parece que es hembra (gran equivocación por parte de Giles!), le tendremos que dar un nombre femenino. Y como está muy “scabby” (scabby en inglés significa “lleno de costras”… gracias por el recordatorio, Giles!), pues un nombre que rime con “scabby”…”

“Scabby… scabby…” – pensó en voz alta Susana

“Scabby… Gaby! Gaby! Scabby Gaby! Jajajaja!”

“Gaby, eh? Me gusta… GABY…”

El taxista continuaba su rumbo por las calles de Taipei y, como es habitual con los taxistas taiwaneses, iba como un loco, deslizándose y escurriéndose entre el denso tráfico de coches, motos y autobuses de la ciudad. Era un día frío, lluvioso, había oscurecido y la aglomeración de luces de neón en los edificios se reflejaba en las ventanas, deslumbrándome. Ya tenía familia, ya tenía nombre, y un mundo nuevo se abría ante mí, esperando a ser descubierto.

sábado, 24 de enero de 2009

Ladrido Nº4: Susana

“Diga?” – dijo Susana al coger el teléfono.

“Hola, Susana? Soy Lara! Cómo estás? No veas lo que nos ha pasado…”

Susana, chica de Barcelona. 24 años. Llegó a Taiwán unos tres meses antes de esa llamada, con poco más que un billete de ida de Barcelona a Taipei y una maleta. Se fue a Taiwán en busca de trabajo, de perfeccionamiento del chino, de continuar trotando por el mundo… convencida por una amiga de la Universidad que Taiwán era un “mar de oportunidades”.

La casualidad había llevado a Susana a aprender Chino. La casualidad, o quizás el destino, aquel destino del que os hablaba con anterioridad? No sé… la cuestión es que Susana , de entrada, no quería estudiar chino. Vamos a ver… Susana adoraba los idiomas, desde muy pequeñita su mamá ya la mandaba a una academia por las tardes a salir del colegio a aprender inglés, y le gustaba mucho. Soñaba con un día ir a Londres y ver ese Big Ben y los autobuses rojos de dos pisos que siempre salían en los libros de texto. De adolescente, cuando hacía lo que era entonces el BUP y el COU, era forofa del latín y el griego. Los idiomas eran lo suyo y lógicamente, cuando llegó la hora de ir a la Universidad, eligió la carrera de Traductor e Intérprete.

Aquí llega el destino, la casualidad… o quizás el simple despiste. Septiembre del 1989 – Susana fue aceptada en la Escuela de Traductores de la Universidad Autónoma de Barcelona, y la carta de aceptación la invitaba a ir a matricularse un cierto Lunes de ese mes. Susana estaba histérica de la emoción cuando recibió esa carta – la habían aceptado, en la Escuela de Traductores e Intérpretes de Barcelona, una de las pocas del país y con mucha competencia para entrar!

 En la carta le explicaban que, durante la matriculación, además del inglés, castellano y catalán, Susana tenía que elegir una cuarta lengua. Ella quería hacer Ruso. Siempre había tenido cierta fascinación por Rusia, por la lengua Rusa, Moscú, la revolución, la Plaza Roja… Susana soñaba despierta con viajar a Rusia, trabajando de Intérprete en grandes conferencias y reuniones de alto nivel… como digo, estaba histérica de la emoción.

Pero ya se sabe lo que pasa cuando estás emocionado o histérico de felicidad – nosotros los perros lo sabemos bien: nos despistamos, nos emocionamos, no paramos de mover la cola, corremos en círculos como locos, saltamos, gimoteamos, ladramos e incluso a veces nos hacemos pipí! Susana por suerte no se hizo pipí, pero sí se despistó y, mientras que soñaba despierta con el ruso, no leyó la carta con atención.

Y así, en vez de presentarse a la matrícula el dicho Lunes de ese mes de Septiembre, Susana se presentó el Miércoles. Y ya se sabe (o almenos por lo que oigo) que las cosas que dictan la burocracia y los funcionarios en España, incluídos los que trabajan en las Universidades, son inamovibles e irrevocables. Así que Susana, llegando dos días tarde a la cita de la matriculación, no tuvo la opción de elegir Ruso. La clase ya estaba llena. Y también las clases de todos los otros idiomas: árabe, alemán, italiano… hasta japonés. Eso sí: quedaban muchas plazas libres en Chino! Habían introducido la enseñanza del Chino por primera vez en la Facultad ese año, y no se había matriculado nadie.

Tenéis que retroceder en el tiempo para entender esta situación: hablamos del 1989. En esa época NADIE quería aprender Chino, y la verdad es que poca gente en España te podía localizar China en el mapa. La China y el Chino eran mundos totalmente desconocidos, y el contacto que España tenía con ese país, ese mundo, era mínimo. No es de extrañar, pues, que nadie se hubiera matriculado para estudiar chino. Lo que era extraño es que la Facultad de Traductores hubiera decidido introducir esa lengua. El motivo era simple: el entonces Director de la Facultad era un irlandés sinólogo y auténtico fan de todo lo Chino. Fue él, a través de sus contactos con el mundo asiático, que consiguió introducir la enseñanza de ese idioma y conseguir una beca para traer a un profesor desde Beijing, el Señor Wang.

Pues sí, así empezó Susana a estudiar chino. Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, lo que en principio le pareció como una broma pesada (Susana esperaba poder cambiar de idioma el segundo trimestre), terminó siendo una bendición, una gran suerte. Una vez empezó con los estudios, Susana se quedó enamorada de esa lengua, y de la cultura extraña y misteriosa que se escondía detrás de ella.

Y un despiste cambió la vida de Susana para siempre. En el 1991 consiguió una beca para irse un año a Beijing a estudiar Chino, y a descubrir la inmensa China. En el 1993, después de acabar la carrera de Traductores y haber pasado ese año increíble en China, se marchó a la Universidad de Leeds en el Reino Unido, donde hizo una segunda carrera, la de Estudios Orientales. Y cuando terminó, en el 1995, sin saber muy bien qué hacer con su vida, una de sus compañeras de Universidad le planteó irse a Taiwán con ella. “Vente a Taiwán, Susana. Te encantará. Hay muchas oportunidades de trabajo allí, puedes dar clases de inglés o de español, mejorarás el Chino un montón…”

Así llegó Susana a Taiwán. El 15 de Octubre de 1995, el día de su 24º cumpleaños. Billete de ida Barcelona-Taipei y una maleta nada más. Un poquito a probar suerte… por qué no? Los dos primeros meses fueron complicados, pero consiguió adaptarse con relativa facilidad, compartía piso con tres amigos, estudiaba Chino en la Universidad por las mañanas, y por las tardes y noches daba clases de inglés y español en varias academias para cubrir los gastos de vida y estudios. Estaba a gusto en Taipei.

Y a los tres meses de llegar a Taiwán más o menos, un día de Enero por la noche, suena el teléfono su pequeño piso compartido con amigos, cerca del barrio estudiantil de Shida:

“Hola, Susana? Soy Lara! Cómo estás? No veas lo que nos ha pasado…”

“Lara! Qué? No me asustes…”

“Estoy metida en un buen lío. Mark casi me mata… resulta que hace un par de días, salgo a tirar la basura por la noche, y cuando abro el contenedor oigo unos ruidos dentro…”

“Qué miedo! Qué era?”

“Seis perros, seis cachorritos monísimos! Pequeñísimos, no deben tener ni dos semanas, o quizás sólo tienen días… no sé. Alguien los ha tirado a la basura, te lo puedes creer? Cómo puede hacer la gente algo así? Me los tuve que llevar todos a casa… no los podía dejar ahí, pobrecitos. Se morían de hambre y de frío. No paran de llorar. Mark dice que estoy loca! Susana, tienes que venir a verlos…”

lunes, 19 de enero de 2009

Ladrido Nº3: Qué vida más perra...

Antes de continuar con mi historia, es importante para mí aclarar algo. Yo soy un perro de carácter positivo – o por lo menos, así me considero yo – y no me gusta ir de víctima por el mundo. Sin embargo, es cierto que mi llegada a este mundo extraño y fantástico fue algo difícil y las circunstancias más bien tristes. Yo quiero a Taiwán y me siento orgulloso de ser un perro Taiwanés. Es más, a pesar de que un alma cruel nos tiró a mí y a mis hermanos a la basura nada más nacer, con el tiempo descubriría que yo no soy un perro callejero cualquiera, sin raza ni denominación.

Soy un “Perro de Formosa” o “Perro de Taiwán” – en chino conocido como 台湾土狗. Ésta es una raza de perro indígena de la isla, bastante buscada, única y cotizada, por lo que cuentan. Los perros de mi raza han servido, durante muchas y muchas generaciones, de compañía y de ayudantes de caza a las diferentes tribus aborígenes que pueblan la isla. Estas tribus, personas afines a la naturaleza, vivían (y muchas de ellas aún viven) en las montañas, en unísono y harmonía con el entorno. De hecho, la cultura de estas gentes se caracteriza por un gran respeto a los animales y a la naturaleza. Muchos, muchísimos perros como yo han vivido con estas familias aborígenes, bajo el mismo techo, acogidos, cobijados y queridos por sus dueños. Incluso en mi pueblo natal, Wulai, hay un estatua del jefe de la tribu Atayal acompañado de su "perro de Formosa", y se parece mucho a mí!

La paz de estas tribus y de la isla se vio perturbada cuando llegaron los japoneses, y después los chinos. Ya veis que yo no soy nada más que un perro. No entiendo de historia, ni los líos en los que siempre os metéis los humanos, siempre peleando unos con otros. Sólo sé que en Taiwán tuvieron lugar muchas invasiones, guerras, luchas, cambios… y con estos cambios, mucha modernización e industrialización. Taiwán creció y cambió como nación y, bueno, con los cambios, los animales, sea de compañía o salvajes, quedamos relegados a un segundo, o más bien tercer plano.

Yo nací en una época mala y peligrosa para los perros de Taiwán. La cultura de Taiwán era una mezcla extraña de lo oriental y de lo occidental. Las tradiciones chinas más antiguas, observadas con religiosidad, se mezclaban con las modas y estilos de vida de occidente. Era una sociedad de contrastes, que mutaba constantemente. Además, era una sociedad que se había enriquecido mucho y muy de prisa. Los Taiwaneses eran ricos y, como a todo humano hijo de vecino, les gustaba gastar, consumir y vivir bien.

Supongo que os preguntáis qué tiene todo esto que ver con nosotros los perros. Bueno, vereis… la costumbre de tener perros en casa como animales de compañía es más bien “occidental”. Las familias taiwanesas de esa época, no nos consideraban como a un animal que puedes tener en casa, compartiendo techo con el resto de la familia. Vaya, que en general, a la gente no les hacían mucha gracia ni les gustaba tener perros. Pero claro, en los países occidentales tener perro es una cosa normal – los taiwaneses lo veían mucho en las películas, o en las series de televisión. Y muchos taiwaneses, cada vez más, se educaban o emigraban al extranjero, sobre todo a los Estados Unidos, donde es común ver a familias con perros, paseándolos por las calles o sentados a los pies del amo en el salón de casa.

Pues aquí teníamos una clara situación donde las culturas chocaban, o más bien se mezclaban, pero en este caso de la manera equivocada. Los Taiwaneses empezaron a comprar perros. En los “mercadillos nocturnos”, mercadillos de calle muy populares en Taiwán, se empezaban a ver más y más vendedores de animales de compañía, perros sobretodo. Los Taiwaneses querían ser modernos y occidentales, y al ver a esos cachorritos tan monos en las cajitas de cartón en los mercadillos, se les caía la baba, pagaban el fajo de Dólares Taiwaneses que se les pedía y se llevaban los perritos – de raza, eso sí – a casa. La cosa de la raza era importante, ya que en Taiwán hay un concepto muy importante al que se le llama “mianzi” (面子) o “cara”. “Tener cara” en el concepto chino o taiwanés, no es lo mismo que tener cara en España. En Taiwán, “tener cara” significa “dar buena imagen”, “quedar bien”, “mostrar nivel económico o social”, “cumplir con las normas sociales”… vamos, que si “pierdes cara” o “no tienes cara” en Taiwán, estás perdido, porque has hecho algo que realmente no deberías y has quedado fatal.

Tener perros era una moda, y se “tenía más cara” si se tenía un perro de raza, cuanto más raro (y más caro), mejor. Es el mismo concepto que el que tenéis con los coches: creo que a vuestros ojos, no es lo mismo llevar un Seat Ibiza que un Mercedes!

En fin… que muchas familias acabaron con perros, pero sin idea alguna de lo que conlleva tener un perro. Y creo que este problema no es único de Taiwán… Si nos lleváis a casa, nos tenéis que alimentar, vacunar, cuidar cuando nos ponemos enfermos, enseñarnos a no hacernos las necesidades por la casa (recordad que en el mundo animal, el lavabo no existe!), pasear (necesitamos caminar y correr y hacer ejercicio), lavar… y lo más importante, nos tenéis que querer.

Muchos humanos no entienden esto, y en el caso de los Taiwanseses, no los culpo del todo. Tener perros era algo totalmente nuevo, no era algo que les habían enseñado y no era parte de su cultura. Compraban perritos como si compraran muñequitos de peluche. A la que los muñequitos empezaban a crecer y a hacerse pipí y caca en sus pequeñísimos pero impecables apartamentos, ya no eran tan monos, ya no era tan divertido tenerlos. Los muñequitos de peluche se convertían en un estorbo que molestaba y ensuciaba.

Y ahí empezaban los desastres y las tristes historias. Muchas familias abandonaban a sus perros, y los dejaban por las calles, sin más ni más. Otras se los quedaban, pero los tenían enjaulados todo el día, en el balcón de casa, o en la calle a la entrada de las tiendas, o de los bloques de pisos. Sí, enjaulados todo el día, en jaulas tan pequeñas que los pobres perritos apenas tenían espacio para moverse, o ponerse de pie, día tras día, muertos de pena.

Los perros abandonados sobrevivían como podían. Muchos de ellos acababan atropellados por los coches o las motos de las grandes ciudades. Los perros callejeros se convirtieron en un gran problema en Taipei y otras ciudades de Taiwán. Cada vez habían más, y nadie se ocupaba de ellos. El concepto de las sociedades protectoras de animales, como os imagináis, no existía tampoco. Los perros callejeros formaban parte del escenario de la vida en Taipei – la gente los miraba con repugnancia, los apartaban de la calle a patadas. Traían enfermedades y suciedad. Nadie los quería.

El problema se tenía que solucionar, y el gobierno puso en marcha un plan masivo para sacar a estos perros de las calles. Sí que lo lograron, y a medida que pasaban los meses, las calles de Taipei y de toda Taiwán se fueron vaciando de perros callejeros. Pero los que sufrimos fuimos nosotros. Bueno, por gran suerte mía, yo no pasé el sufrimiento que muchos de mis compañeros perros pasaron en manos de las perreras. Cientos y cientos de perros eran cazados de las calles de manera salvaje a diario por toda la isla, usando unos cables para agarrarlos por el cuello. Y de ahí los llevaban a las “perreras”, donde los sacrificaban – pobrecitos, nadie los quería – usando métodos tan crueles y horribles que no me atrevo ni a explicarlos. Tan crueles eran los métodos que las acciones de Taiwán con sus perros llamaron la atención de organizaciones de protección de animales internacionales, y se lanzaron campañas masivas para poner fin a tal crueldad.

Y por qué os cuento esto?

Creo que es importante que entendáis la situación de aquellos momentos para nosotros, los perros, en Taiwán. Abandonarnos como cachorritos en la basura es un acto cruel, pero era muy común en esa época. Incluso hoy en día escucho historias de los miles de perros que son abandonados en España durante el verano, cuando sus dueños se van de vacaciones y no saben qué hacer con ellos… los humanos sois una especie algo extraña y desagradecida. Bueno, no todos… por suerte, algunos de vosotros tenéis sentido de la compasión y un gran corazón. Como por ejemplo Lara y Mark, mis salvadores, los que nos encontraron en la basura, nos llevaron a su casa y dieron a estos perros de Wulai una segunda oportunidad en esta gran aventura que es la vida.

lunes, 12 de enero de 2009

Ladrido Nº2: Un contenedor de basura en Wulai...

Nadie sabe, ni siquiera yo, el día exacto en el que nací. Creo que fue por ahí el mes de Diciembre del 1995 (tanto tiempo atrás!), en algún rincón de Wulai, un pueblo situado en las montañas al sur de la ciudad de Taipei, capital de Taiwán.

Os sitúo… Wulai (o 乌来en Chino), así como toda la zona que le rodea es un área montañosa poblada mayoritariamente por los aborígenes de la tribu Atayal,una de las muchas tribus aborígenes que originariamente poblaron la isla de Taiwán. Poca gente fuera de Taiwán lo sabe, pero la mayoría de estas tribus, pobladoras originarias de la isla, todavía existen y han conseguido conservar sus culturas, lenguas y tradiciones, a pesar de la fuerte dominación y control que han ejercido diferentes grupos de colonizadores, especialmente los chinos, a lo largo de la historia.

Cerca de Wulai vivía una pareja de extranjeros, Mark y Lara. Dicen que la vida, tanto de los animales como la de vosotros los humanos, la marca o la decide el destino. Yo soy simplemente un perro y no sé si realmente es cierto. Pero si lo es, desde luego que mi destino vino marcado un día frío en Enero del 1996. Ése fue el día cuando Mark y Lara me encontraron.


Mi país, Taiwán...


Pero antes de llegar a ese día, dejadme que os cuente un poquito sobre esta pareja de salvadores.

Mark era un chico americano que llevaba un tiempo ya viviendo en Taiwán y se ganaba la vida como profesor de inglés. Se tiene que decir que Mark, un americano de carácter tranquilo y algo introvertido, debía ser uno de los muy pocos profesores de inglés en Taiwán – y eso que hay muchos – al que realmente le gustaba su profesión, o sea, enseñar. Por aquella época – y supongo que ahora aún más – Taiwán estaba plagada de jóvenes, muchos de ellos americanos, pero cada vez más europeos, australianos y sudafricanos, que venían a Taiwán con deudas acumuladas durante sus años universitarios, en busca de dinerillo fácil y un poco de aventura asiática. Si eras extranjero y blanco, era muy fácil encontrar trabajo de profesor de inglés en Taiwán, aunque no tuvieras experiencia, o ni siquiera supieras hablar muy bien el inglés! Lo que se llevaba entonces era mandar a los hijos a academias de inglés y fardar de que los hijos tenían un profe “blanco” – hasta se prefería a un español blanco con inglés de pena, a un americano o inglés nativo de raza asiática o negra! Una de las muchas locuras del Taiwán de entonces. Pero bueno, por lo que observo, a vosotros los humanos siempre os han gustado las apariencias...

Pero en fin… volviendo a Mark. Como digo, era un profesor fantástico y sus muchos estudiantes, la mayoría niños pequeños, le adoraban.

Lara, su novia, era una chica italiana de Roma. Tenía un carácter gigantesco, al igual que un gran corazón. Su gran personalidad italiana, pura pasión y sangre caliente, contrastaba con el carácter más bien frío de los taiwaneses, como fuego en medio del hielo. Lara era un personaje muy especial, con una de esas personalidades tan grandes, que cuando entraba en una habitación, su presencia la llenaba entera.

Ella, al igual que Mark, se dedicaba a dar clases de inglés y también de italiano, y de vez en cuando a hacer traducciones por encargo. Lara era muy polifacética, además de una sinófila empedernida. Había estudiado Chino y Estudios Orientales en la Universidad en Italia, y era una gran amante de la lengua y todos los aspectos de la cultura china, desde la Literatura, hasta la música pop – algo hortera – en Mandarín.


El Valle de Wulai

Por aquel entonces, tanto Mark como Lara ya llevaban unos años en Taiwán. De hecho, se conocieron y enamoraron allí.

Cansados del agobio que suponía vivir en medio de la ciudad de Taipei, que en aquella época estaba mucho más destartalada y sucia que ahora, decidieron irse a vivir a las afueras. Mientras que en Taipei se encontraban limitados a vivir en un pequeño y claustrofóbico apartamento, mudarse a las afueras les permitió encontrar una casa grande, con mucho espacio y luz. Mark era un gran aficionado a la bicicleta y a los paseos por la montaña. Le encantaban los espacios abiertos y el aire limpio de las montañas. Salir de la ciudad para él era un sueño. Lara, por el contrario, era una chica más bien de ciudad, pero se sentía más cómoda en una casa más grande donde podían perderse de vista de vez en cuando el uno del otro… la verdad es que eran bastante dispares de carácter, Mark y Lara, un poco como el sol y la luna, el día y la noche. Eso sí, su punto en común era un gran corazón y además – y ésta fue mi gran suerte – los dos sentían un gran amor y compasión por los animales, especialmente los perros.

Así que, armados con sus motos de segunda o tercera mano con las que se movían por Taipei, nuestros amigos Lara y Mark encontraron una casa en una pequeña urbanización en las montañas, muy cerquita del pueblo de Wulai, y allí se mudaron. A la pareja les acompañaba Cutie, una perrita que, aunque tengo que admitir que era algo consentida, era también cariñosa y encantadora.

La sorpresa llegó cuando, a los pocos meses de trasladarse a la nueva casa, Lara me encontró. Y no sólo me encontró a mi, sino también a mis cinco hermanos, tirados medio moribundos en un contenedor de basura…

domingo, 11 de enero de 2009

Ladrido Nº1: Quién soy...

Resulta fantástico el poder despertarse una mañana fría de invierno como la de hoy, tumbado en mi “cunita”, con el radiador encendido bien cerca, y a punto de que me saquen al parque a pasear… Aquí estoy, relajado en el piso de mi familia en Barcelona, viviendo como un rey.

Realmente, me siento el perro más afortunado y feliz del mundo.

Pero mi vida no ha sido siempre así, tan idílica, cómoda y protegida. Hasta llegar aquí, a este momento, he recorrido muchos kilómetros, vivido muchas aventuras y experiencias, y aunque la mayoría de ellas, por suerte, han sido buenas, también hubieron situaciones y momentos difíciles.

Y ahora que justo he llegado a la edad de 13 años – que traducida a vuestra edad humana, serían como unos 91, más o menos, vamos, que soy ya un perro anciano – me gustaría contaros mi historia. La historia singular de un perro que recorrió medio mundo para llegar a la maravillosa ciudad de Barcelona…

Antes de nada, presentarme: me llamo – o más bien me llaman – GABY. Nací en Taiwán, una isla situada en el Mar de China, frente a las costas de la provincia de Fujian. Y en este blog, poco a poco, os voy a contar mi historia…